¿Qué motiva a los seres humanos a
estos ensayos de desapego?
¿Porqué se siente la necesidad
imperiosa de re-inventarse?
Yo tengo mis propias respuestas,
conseguidas en el último "viaje" que he emprendido.
¿Cómo llegué aquí? Gracias al amor
(del bueno, como dice una canción).
Ya
no recuerdo donde leí una vez, que lo que más necesita un ser humano para
crecer sano y seguro es recibir el suficiente "amor incondicional".
Es decir, la sensación de ser amado sólo por el hecho de "ser él o
ella". No por alguna cualidad que tiene ni sólo cuando es
"buen@". Si un niñ@ no recibe la suficiente cantidad de ese amor
incondicional, ya sea porque le ignoran, porque le abandonan o porque le
maltratan sus seres significativos, entonces su autoestima se verá dañada para
siempre.
Y entonces, me puse a observar a un
montón de adultos dañados (incluyéndome, por supuesto), dando vueltas por el
mundo y buscando desesperadamente ese amor incondicional que no recibieron en
el origen. Para eso, como señalan algunos antropólogos y sociólogos, se
inventaron y se siguen inventando todo tipo de "sustitutos", como las
religiones y las asociaciones socio-culturales de todo tipo.
En mi caso, después de haberle dado
una vuelta completa a la espiritualidad tradicional de la cultura occidental
judeo-cristiana (pasando por la teoría, la práctica y el legítimo sentimiento
que se experimenta tanto en el catolicismo como en el protestantismo), decidí
des-construir mi "yo-creyente". Y así, me vacié de los ritos,
sensaciones, emociones y dogmas heredados.
¿Por qué? Para aprender a amarme y a amar a otros sanamente.
Suena extraño, pero ya lo explico.
Andan
dando vueltas por esta Tierra algunos seres que se dedican a repartir amor, sólo
por el placer que les provoca hacerlo, sin esperar reconocimiento alguno. ¡¡¡Realmente existen!!! No son míticos.
De repente, por alguna misteriosa y
superior razón, que la mente humana aún no alcanza a entender, se encuentran
con uno de los "dañados" de los que acabo de hablar. Y así, casi sin
darse cuenta y sin habérselo propuesto en lo absoluto, comienzan a
"repararnos". Nos despiertan a la vida, nos recuerdan lo que ya
sabemos y habíamos olvidado, nos ayudan a ser más sabios.
Y si los "dañados" ya
recorrieron suficientemente su camino de dolor y le hacen caso a la
"chispa de lucidez" que aún conservan en su interior, se dejarán amar
lo suficiente como para "despertar" y lucharán contra su destructivo
instinto, que los hace maltratar este "amor-obsequio", exponiéndolo
una y otra vez a las inclemencias de su ego (todo lo que digo lo sé por haberlo
vivenciado, muchas veces en forma dolorosa).
Luego de experimentar personalmente
la "compasión" del universo, al recibir la compañía de uno de estos
"reparadores" (que por supuesto, ignoran que lo son), decidí que este
girar incesante de la vida tiene un propósito.
Comencé a ver los ciclos que se
repiten (y que Clarissa Pinkola Estés, llama de vida-muerte-vida).
Y de a poquito,
comencé a llenarme de nuevo, de celebraciones, de mis propios ritos. A traer a
mi alma dolorida ancestrales recuerdos, que la cultura en que me encontraba inmersa, había
enterrado.
Rescaté a la "sanadora" interior que llevaba dentro sin
saberlo y sin darme cuenta, comencé a compartir "sanación",
reactivado la creatividad dormida en otros y otras.
Y cuando me había despojado lo
suficiente de culpas, complejos y paradigmas culturales, fui capaz de concebir
un nuevo "yo" o de desenterrar a la que siempre había estado allí. Y
me re-cree.
Como premio, pude concebir dentro de
mi vientre una nueva alma, que vino a ayudarme a continuar mi aprendizaje en
esta vida.
Y este pequeño maestro lo cambió
todo, consiguió derribar muchas más barreras que el miedo aprendido ha
levantado delante mío, para llevarme a recuperar aún más mi verdadera esencia.
En eso estamos. Sanando, creando,
viviendo, ensayando caminos y equivocándonos también; pero conscientes de que lo hacemos y cuestionando lo que no nos hace
felices, ya no como rebaño sino como pastores de nuestras propias existencias.
Vivimos para aprender, para
trascender. No para obedecer reglas y normas porque sí, por miedo a algún
castigo.
La libertad comienza por aceptar el
desafío de conocerse.
Sin libertad no hay amor y sin amor no hay vida.
Imagen: "Mandala Triple Diosa-Kultrún", Acrílico sobre tela, con aplicaciones de mosaicos.
Autora: Araceli Espinoza.-