sábado, 1 de diciembre de 2012

HASTA PRONTO "NENA"

Imagen publicada en internet,
firma de autora  al pie
Hace ya más de siete meses que abandonaste por fin tu cuerpo desgastado, abatido e invadido por ese maligno tumor que se llevó hasta tu última gota de vitalidad. 
Tu cuerpo ya no era tuyo hacía mucho y tú ya no estabas en él. Eras como una sombra, como una copia borrosa de ti misma. 
Toda la fuerza y la lucha que me inspiró desde niña ya no habitaban en tu interior. Sólo un cansancio omnipresente y una sensación de burlona ironía lo llenaba todo.

Pasé por todas las fases, por mí conocidas, de la despedida. Rabia, miedo, angustia, resignación y después, sólo me inundó ese mismo cansancio tuyo.
Era tan incomprensible como atroz tu permanencia en este mundo, sobre todo porque sólo deseabas irte. 
Tu sufrimiento y el dolor físico insoportable que padecías era sólo el reflejo del dolor del alma, que no te dejaba irte hasta que soltaras cada culpa y cada rencor.

¡Cómo tardó en llegar la paz! 
Aún hoy me duelen las heridas que me dejaron las sucesivas despedidas que nos dimos. Cada viaje mío al sur lo hacía con la esperanza de ayudarte a partir.
Nuestros espíritus conectados desde mi infancia, a fuerza de abnegación tuya y necesidad mía, se juntaban cada dos por tres en mis sueños y te preguntaba incesante y desesperadamente qué necesitabas para descansar, en que podía ayudarte ahora. 
Tantas veces viajé a tu lado y te prometí que te acompañaría hasta la puerta de tu viaje final, que estaba segura que todo el amor que se te negó en esta vida lo recibirías al dejarla. 
Que yo, el único ser que te amó y valoró sin reservas, sin compromisos e incondicionalmente, de la misma forma que tú lo hiciste, estaría allí en la próxima vuelta de esta rueda. 
Porque sé que vamos juntas en este carrusel de tiempo,  porque sé que a la próxima yo cuidaré de ti, para que crezcas orgullosa y libre.

Sin embargo, buscaste tu propio momento. Y elegiste justo el único en el que no podía acompañarte. 
Cuando me hallaba del otro lado del océano enorme, cruzando los aires hacia mi nuevo destino, decidiste marcharte. 
Espero algún día saber si quisiste ahorrarme el dolor de amortajar tu cuerpecito reducido, porque sabías que no dejaría que nadie más lo hiciera.
Primero me dolió, después entendí que ya nos habías considerado despedidas y que no te importó que las últimas semanas que pasé cerca de tí me haya faltado el coraje para despedirme una vez más y besar tu frente, que ya no era tuya. 

Porque la última vez que tomé tu cadavérica mano y te ayudé a beber con dificultad, ya que el tumor había invadido tu boca y te permitía abrirla apenas,  creo que percibiste como se me encogía  y ensombrecía el alma. 
La única forma de atenderte sin enloquecer y maldecir al destino por la sucesión de ajenas injusticias, incompetencias, desidias y estupidez que rodeó a tu enfermedad, era no amarte lo suficiente. 
Quizás, por eso le tocó a mi madre hacerlo, que no era tu hija sino la esposa de tu único hijo; y no a mí, que estaba irremediablemente lejos.

Sé que estabas tan agotada, que ahora sólo descansas muy muy lejos, en una especie de "centro de rehabilitación" de otro plano. Recibiendo cantidades inconmensurables de amorosa luz.
De alguna extraña manera sé que todo ese dolor físico fue tu forma de cargar con lastres generacionales. Como si en esa agonía terrible hubieses querido llevarte toda una historia de mentiras, algunas piadosas y otras no tanto, de violencias, de rencores.

Hace tiempo que yo venía renunciando a la herencia nefasta y tomando los aprendizajes ancestrales que sí me servían. 
Cada vez que lograba descorrer un nuevo velo o encontrar un nuevo refugio de paz, trataba que mi madre y tú lo compartieran. Siento que lo logramos a veces y otras, la fuerza del hábito nos jugó malas pasadas a las tres.

¿Que dirían los psicoterapeutas, y los expertos en "constelaciones familiares" de nuestra triada de indomables y sufrientes espíritus femeninos? Quien sabe. 
Me ha faltado sistemáticamente el valor para abrir la caja de Pandora de nuestra historia en el sillón del Psicoanálisis. Quizás me parezca demasiado violento y prefiera estudiarlo todo por mi misma, en la seguridad de pasarlo todo por el cedazo de mi propio neocortex.

No me cabe duda que tu espíritu alcanzó la paz y estás ahora procesando tu aprendizaje.
Te extraño, pero no hay culpas ni dolores. Sólo recuerdos, buenos y malos, pero tuyos y míos. 

Estás aquí, conmigo.
Cada vez que enhebro una aguja y recuerdo tu cuento de "El Diablo y el Sastre".
Cada vez que como empanadas fritas y saboreo en mi mente las tuyas, esas chiquitas, con mucho jugo. 
Cada vez que me compro calcetines y me divierte recordar que no lo hice por mí misma hasta los 25 años, porque me casé y ya no vivía contigo. 
Cada vez que me pongo ropa de lana y extraño tanto la que tejías tú, insuperable. Y más aún, recorrer tus lugares favoritos buscando la lana y el color indicado y después ayudarte a "ovillar", para que empezaras tu labor invernal. Aunque mi madre no lo hacía con frecuencia cuando vivías, ahora ha tomado los palillos con más cariño y ha tenido la paciencia tuya para estos proyectos.
Cada vez que disfruto haciendo alguna tarea doméstica, de esas que siempre impediste que realizara porque yo sólo debía "estudiar" y hacer todo distinto y liberarnos a todas juntas del patriarcal mundo en que crecimos.
Cada vez que preparo un agua de hierbas para alguna dolencia de los míos y para que me quede "sanadora" sólo te evoco preparando tantas agüitas de medianoche, para velar mis interminables horas de estudio nocturno en la Universidad.
Cada vez que recuerdo mis pesadillas de niña y luego tu cuerpo blandito y tibio abrazándome, y tu acogedora cama (que siempre estuvo en mi mismo dormitorio) recibiéndome hasta el otro día. 
Y nuestras conversaciones de madrugada, acerca de las virtudes y defectos del novio de turno. Y sobre la vida misma, tus historias de niña, tus cuentos.

Todo eso eres y serás siempre tú, mi querida Elena. 
La fidelidad y la entrega, mezcladas con un carácter duro y combativo. 
La solidaridad y la pena del amor no correspondido. 
La pelea contra la vida ruda que te tocó. 
La suavidad y laboriosidad de tus manos, que eran capaces de levantar el mundo y de cerrarle el puño también.

Aquí estoy yo, tan heredera tuya como si corriera tu misma sangre por mis venas. Que aunque no hay unión biológica entre nosotras, no necesitamos jamás compartir el ADN para hermanar nuestros espíritus inquebrantables, que viajarán unidos para siempre.
Hasta pronto. No te olvides de cobrarme la palabra y asegúrate que sea yo quien te ayude a crecer la próxima vez que nos encontremos.
Mi amor y gratitud te acompañen eternamente.


Imagen: http://mujeresabias.wordpress.com




Esta es mi carta de despedida, que hoy ha querido por fin salir de mi interior completa, como haciendo catarsis, a la única mujer en el mundo que llamé "Abuela".
La comparto con cariño, como un homenaje a su sufrimiento y como forma de sanar su historia dolorosa, pero enormemente rica en aprendizaje futuro para mí y las generaciones que me sigan.