jueves, 9 de julio de 2020

Subir la montaña

El fin de semana recién pasado he viajado dentro de Suiza para ir a la montaña. En Suiza no todas las ciudades están cerca de los Alpes, como la gente imagina. Yo vivo en Basilea, que está en el norte del país a la orilla del río Rhin y debo viajar algunas horas para llegar.
Este viaje mío tenía por objetivo principal visitar a una buena amiga, pero también estar sola en contacto con la Naturaleza.
Cada vez que necesito respuestas para momentos importantes o decisivos en mi vida, busco alejarme lo suficiente, como para que desaparezca el ruido de la ciudad y las voces de los demás a mi alrededor.
Para encontrar  mis respuestas necesito, como lo necesitaron los primeros seres humanos sobre la Tierra, escuchar la voz del río, la del bosque o la del viento en la montaña.
Creo, como lo creyeron todas las culturas anecestrales, que cada lugar natural tiene un espíritu. Esto se llama animismo y aunque se asocia a una era preindustrial, iletrada e inocente, para mí constituye una parte importante de mi espiritualidad.
Después de haberme empapado de muchos conocimientos académicos, haber obtenido diplomas universitarios y de haber leído textos filosóficos, teológicos y sagrados, me siento cómoda con esta espiritualidad simple, obvia y ancestral. Que no se encuentra escrita en ningún lugar y que cada ser humano puedo encontrar dentro de sí.
Creo que la Naturaleza nos habla en un lenguaje olvidado, directo a nuestro espíritu y cuando aprendemos a escuchar, sabemos simepre como seguir adelante. Al menos para mi funciona.


Esta vez he subido la montaña, donde los verdes prados vestidos de verano contrastan con los Alpes coronados de nieve. Donde el viento huele a flores silvestres y los sonidos de los cencerros de las vacas son la música de fondo.
Me gusta el simbolismo de subir la montaña y dejar allí arriba toda la carga emocional, las preocupaciones y el dolor. Subir a buscar la visión y la respuesta que se encuentra guardada dentro nuestro, desde siempre.



Luego he bajado una quebrada para escuchar a un hermano río. Uno de suelo limoso y gris, de aguas transparentes de deshielo y muy ruidoso.
Mi rezo lo guardé en una piedra y la dejé dentro del río, para que sus aguas laven la piedra y mi alma también.
Creo que los ríos son las venas de la Madre Tierra, que mi rezo va corriendo por estas venas y que llegará a su corazón.
Mi plegaria será escuchada por ella y mi ofrenda recibida. Asi lo creo, asi lo sé.
Así lo han sabido mis antepasadxs de los dos rincones del mundo. Del norte y del sur, del este y el oeste.




















Cuando descendí de la montaña y para confirmar su bendición, el Gran Espíritu me envió un mensajero en forma de ave y un maravilloso Milano voló varios minutos sobre mi cabeza.
Se dejaba mecer por el viento, en una danza que me transmitió muchísima paz.

imagen Wikipedia.org


Viajar a buscar respuestas dentro nuestro podemos hacerlo en cualquier lugar, en cualquier momento. No necesitamos ceremonias ni rutuales, aunque estos, sin duda, nos ayudan a centrarnos.
Creo que es importante seguir nuestra intuición y rodearnos de personas, lugares y obejtos que nos conecten con nuestra escencia y con nuestro origen.
Porque sólo siendo fiel a ellos es que nos sentiremos realmente vivos.
Y de eso se trata este viaje, de sentir la Vida, de bailar al ritmo de nuestros propios y únicos latidos, sin dejarnos dirigir por las imposiciones externas. De sentirnos permanentemente enamorados de la Vida.
A veces, es necesario subir una montaña para darnos cuenta que no hemos perdido la capacidad de enamorarnos.
No podemos renunciar nunca al Amor. Es la única forma de ser feliz que he encontrado.